Más arriba aparece ya,
cerrando en definitiva el horizonte,
el telón azul del Guadarrama,
con sus cresterías nevadas,
nítidas, luminosas, irradiadoras.
Azorín, en La tierra de Castilla
Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen,
cabalgando conmigo, a tus entrañas.
Antonio Machado
“Podía creer que estaba viviendo en el interior de un cromo de Navidad milagrosamente animado, y reconocí que jamás había visto nada que pudiera comparársele en belleza”.
Wenceslao Fernández Flórez
“La sierra es una escultura luminosa ante nosotros. No anula la llanura; antes bien, la subraya naciendo de ella, conviviendo con ella en perenne diálogo plástico”.
Ortega y Gasset
“Mi mayor alegría es la sierra de Guadarrama, la gran cordillera de montañas pardas hacia el norte y el oeste. El sol se pone del otro lado con deslumbrante gloria. Nunca he visto crepúsculos parecidos. Remueven el alma…”
Ernest Hemingway
Caen los rayos, entre Maliciosa y el Yelmo,
miro al cielo, sin comprender lo que veo,
el camino del valle, sin retorno, eterno,
incapaz de trasmitir, aquello que siento.
Las estrellas no llegan, tarde de tormento,
busco algo, que desconozco y no invento,
os busco en el aire, calmado y somnoliento,
que necesitáis paz, tranquilidad y aliento.
Grandiosas y enormes, montañas,
por impulsos y
fuerzas, generadas,
por los hielos
glaciares, erosionadas,
por el viento y
las aguas, moldeadas.
En invierno, blancas, nevadas,
en primavera,
verdes, soñadas,
en verano,
cálidas, soleadas,
en otoño,
amarillentas, sonrojadas.
Refugio, hábitat de cabras,
jabalíes, culebras
y ranas,
por los buitres
colonizadas,
antes, por
bandoleros, dominadas.
Pasto de ganado, ovejas y vacas,
bosque, recurso
de múltiples fogatas,
durante largas
noches, ilusionadas,
ahora, foco y
delicia de mis miradas.
Hoy, atrozmente antropizadas,
colonizadas,
casi, devastadas.
¡Adoptémoslas!,
con celo, esmero,
cariño, positivo amor verdadero.
Desde el Oeste, Becerril, Moralzarzal y más allá, se dibuja en el horizonte un diente con forma de colmillo; cada vez más cerca, hacia Cerceda y el Boalo, va afilándose hacia el cielo, indicando la mejor dirección para soñar, en el mañana que algún día llegará, pero alcanzando Manzanares cambia enormemente y toma una ancha forma en la base que recuerda más a un abanico saliendo de la masa rocosa; luego hacia el Este, volviendo la vista hacia atrás desde Chozas, pareciera más un caparazón de algún enorme animal de tiempos remotos.
Es el Yelmo, el Diezmo o sencillamente el símbolo de la Pedriza y de todo un amasijo granítico de profundas dimensiones, difícilmente abarcables sino con los ojos cerrados y la mente casi en blanco.
LA PIRÁMIDE
–
Leyendas de la Pedriza -
Al intentar tocarla se escuchó un terrorífico grito: “¡¡Noooo!!
¡No toque usté eso sino quiere morir!
Esta construcción es cosa del Diablo, advirtió el viejo
pastor -girando la boina entre sus manos para soltar nervios-, que había oído decir
a su agüelo y que éste lo oyó dicir al suyo:
Hace mucho,
mucho tiempo, apareció aquí, un día tal cual, sin más, nadie supo quién la había
construido. Los zagales curiosos se acercaron y uno de ellos tocó una pared, y
de repente comenzó a temblar el suelo y un rayo cegador bajo del cielo dando en
la punta, al momento el zagal desapareció, no quedó nada de él, todos quedaron
paralizados sin atreverse a acercarse al trángulo, pero paso algún tiempo, otro zagal la tocó
y no pasó nada, entonces todos intentaron deshacerla para ver si dentro estaba
el desaparecido. No consiguieron quitar ni una piedra. Bajaron a la majada del
Coberteros a decírselo a su padre, y al día siguiente subieron todos de nuevo a
enseñarle donde había pasado.
Poco más o menos,
a la mesma hora, y sin
que nadie tocara, otro temblor y un relámpago cegador, al recomponerse la vista
vieron al zagal que había desaparecido, estaba muerto, con los labios hinchados
y cubierto de arena, la cara quemada de mucho sol y las ropillas hechas
harapos. El padre desconsolado le dio una patada al trángulo y el suelo tembló de nuevo otro rayo
cegador y desapareció igualico que le paso a su hijo.
Todos marcharon
despavoridos llevándose el cuerpo del zagalillo.
Contaron en el
pueblo lo sucedido y el señor cura subió a hacer responsos y rezos, lo tocaba y
no pasaba nada, pero llegando más menos la mesma hora, otro rayo cegador y apareció el padre
muerto, ahogado y chorreando agua.
El cura rezó
exorcismos y quisó hacer la santa cruz en el trángulo, pero al hacerlo el suelo
tembló de nuevo y otro rayo le hizo desaparecer como los anteriores.
Todos estaban
asustados sin saber qué hacer, cuando llegó al lugar un paisano que tenía un
chozo allí por frente, en la Fuentona – señalando la ladera de solana del
valle-.
Se le tenía por
santón, porque vivía solo con dos o tres cabras, sin bajar nunca al pueblo ni
relacionarse con naide.
Cuando se acercó
al engendro le
avisaron que no lo tocara, pero él dijo que no había peligro hasta el día siguiente.
Lo miro y dio dos o tres vueltas en redor, después dijo que si querían que
aquello parase, él sabía cómo hacerlo.
Todos asintieron
atemorizados como estaban, entonces mandó que se construyera otro igual.
Recogieron piedras y cuando estaba a medio construir, el santón metió algo
dentro envuelto en tela, así que nadie vio lo que era, terminaron de
construirla y esperaron. Al día siguiente a la mesma hora, un rayo cegador y apareció el párroco
tumbado en el suelo, al acercarse vieron que estaba vivo, pero había perdido la
sesera, solo balbucía palabras raras que naide entendía, se lo llevaron a un asilo y allí murió sin recobrar la
razón.
Entonces el ermitaño
dijo que todos los presentes se retirasen, se acercó a la segunda pirámide y
apoyando ambas manos dijo algunas palabras que naide entendió. El suelo comenzó a temblar y
antes de desaparecer, dijo que cuando él se fuera, naide correría peligro al tocar aquella cosa,
bajó un nuevo rayo cegador y desapareció para siempre.
Nunca más ha
desaparecido alguien, pero por si acaso, no lo tocamos nunca, por eso les avisé
a ustés.”
Chete, Revista de la Asociación Socio Cultural de El Real de Manzanares, Año XXIV, nº 53.
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